domingo, 19 de octubre de 2014

Apocalipsis ferial z



Me encuentro en un bucle cíclico que se repite año tras año. Cómo en una sociedad megalítica, una llamada de un algún dios cornudo de nombre monosílabo hace que “M” se largue. Cuando cambia definitivamente el tiempo y el mundo se torna marrón y rojo, amarillo y ocre, encamina sus pasos allende de los valles y los ríos, más allá del gran puerto donde descansó un francés. No mira atrás, es una sacerdotisa con mirada turbia y poseída por un embrujo atávico que no podría describir. Huída en el momento dónde nuestros jefes se consagran a los dioses de las fotos y del genocidio moral. En el preciso momento en que se levantan las enormes piras para mostrar a los clanes de las montañas lo poderosos que somos. Es el momento de los cientos de sacrificios de animales que nos comeremos en pequeñas raciones llamadas ancestralmente tapas. Todos los fluidos de esos sacrificios acabarán ingeridos en una vorágine de fotos, eventos y muestras gratuitas; sangre, leche materna, carne, tendones…El infierno de las tribus veganas regresa al valle.
Ella, mi señora de la negación marital, se pierde en la ciudad de los grandes clanes. Allí en el anonimato de su ser se entrega a  ritos que se pasan de generación en generación familiar. En oscuras cuevas en valles cerrados su madre se lo traspaso tal cual su abuela hizo con ella. Y ella, mi detestable ninfa de los ríos, acude fiel a la tradición. Podría bailar desnuda y ebria de hierbas raras mientras se abandona en una orgia con otras sacerdotisas pero no es tan bonito e idílico el asunto. Tiene su brebaje ámbar propio y lo hace rodeado de cientos de persona escuchando al bardo de turno.  Este va de negro y lleva gafas de pasta, una pluma en el bolsillo y una corchea tatuada en el culete por dónde normalmente pierde el aceite.
Ella acude a la llamada y no mira atrás. Mi destello rojizo y aroma a suavizante nos abandona en este mundo cambiante y extraño que se rige por las normas de los jefes escrita en el sagrado libro o programa. La turba desprovista de voluntad va del gorriti a los hongos en los momentos estipulados como una marea humana que arrasa tapas, folletos de propaganda y todo lo relacionado con el dios gratis. A su paso, un paisaje desolado de papelitos arrugados, palillos y vasos de plástico, me indica que es el momento de poder pasar.
Me escondo en mi cueva durante los momentos en la que la turba ciega campa por el pueblo en oleadas desprovistas de voluntad propia. La marea zombi la llaman los grandes jefes mientras recuentan votos, almas y voluntades. Luego, cuando cientos de estos muertos feriantes se retiran a digerir los frutos de la rapiña, me arrastro hasta el exterior de mi cueva y paseo por lugares familiares que ahora parecen extraños mientras la espuma de la marea se desplaza errática sin órdenes escritas. Los hay de todos los clanes. Perro-flautas de luengos truños, dignos familias de flequillos y permanentes impecables, vistosos pret a porter sumidos en un turbio y eterno vermouth que empezó a las 9 de la mañana….
Ella, no está. Se fue. Pasó de la feria y nos abandonó en esta locura de colores y olores, de imposiciones y de trasiego pedante a la sombra de un puñado de vacas para mayor gloria de los jefes. Ahora recibo el segundo amanecer zombie con esperanza mientras pienso en ese resplandor rojo que limpia a su paso. No me toco. Miro el mundo por la ventana mientras algún zombie madrugador le pega a un adicto al queso en la esquina para quitarle parte de su gabás. Es peligroso relacionarse con los yonkis del queso….
Me llamo “R” y soy un superviviente.  Soy aquél que no prueba el queso. Soy el que hablan en las terrazas entre murmullos que no bebe muestras. Soy, fui y seré. Soy leyenda.