miércoles, 29 de noviembre de 2017

Corre Forrest




                          Cabalgar, cabalgar, cabalgar, de día, de noche, de día.
                          Cabalgar, cabalgar, cabalgar.
                          Y el alma se ha cansado tanto y el ansia es tan grande.
                          Ya no hay montañas, apenas un árbol.
                          Nada se atreve a elevarse.
Es de noche y las sombras de los arboles dibujan su relieve en el camino iluminado por la luz plateada de la luna. Corro acompañado de Colette mientras mi vena de poeta crece por lo que veo. No consigo encontrar nada que rime con luna para continuar esta crónica pero sigo corriendo. Quiero cansarme mucho más de lo que estoy para poder dormir en esta noche de ausencias. Hace un frio considerable y debería estar sentado en mi salón preparándome un vladimir pero ya no tengo esa posibilidad y sigo corriendo. Estoy de nuevo en una ausencia.
Me gustaría desmontar y apestando a camino, polvo, sudor y caballo dejarme caer en mi incómodo sofá de mi helador salón de mi melancólica cueva. Pero todo eso se ha tornado imposible en estos extraños días de ausencia. Mi castillo ya no es mi castillo, mi incómodo sofá se ha convertido en un cómodo chess long. No es que me queje del confort, me quejo de no tener un caballo cómo el alférez Cristoph. Y si me tientas, pensándolo fríamente no lo envidio (al final casca) pero quedaría bien en Facebook si tuviese.
                       Joder, joder, joder que frío.
                       Frío en las orejas, en la tocha.
                       Y las piernas se han cansado tanto y el ansia es tan grande.
                       Ya ni hay nieve, apenas una manchita.
                       Nada se atreve a caer. Plátano parece…
Sigo corriendo mirando las sombras que parece se mueven tras de mí. Nota mental: No ponerme a escuchar podcast de misterio cuando corro solo por el bosque entre tinieblas. No es ningún demonio, era Colette entre los árboles.
Quiero acabar la rutina corredora y llegar a mi casa (que no es mi casa) para meterme en la ducha vestido bajo el agua caliente. Mi detestable “M”, corredora experimentada, me dijo que me pusiese poca ropa para correr. Yo, tonto y crédulo, he hecho caso y ahora me muero de frio mientras la brisa del norte me trae efluvios de nieves lejanas.
El paisaje es oscuro, bañado en plata y recuerda los paisajes tristes de los 7 reinos o Transilvania. Parece que en la siguiente colina veré la silueta de un castillo recortándose por encima del bosque. Faltan aullidos de lobo para correr más deprisa. Hace frio y pienso en los Carpatos, en mi detestable y particular “Elizabetta” y la soledad durante eones a la que me veo condenado. Corro mientras pienso en el este y en esta. “M”…Transilvania….Vladimir.
Ya llego. Las piernas me van fallando mientras las luces del pueblo se acercan. Correr, correr, correr. Más aprisa que llego al calor del Jaime, a la ducha y al Vladimir.