Hablaba de la adversidad en la
última ausencia que publiqué. Hablaba de cómo los elementos destrozan tus velas
y rompen la formación que cuidadosamente preparaste para la batalla venidera.
De cómo te sientes cuando todo tu
esfuerzo por llegar a una bola y la golpeas a un palmo de donde la querías mandar
parece una broma del destino. Y así una vez tras otra hagas lo que hagas. Del
enésimo partido que pierdes de pádel sin saber el porqué ni llegar a entender
de dónde vienen esas nubes que hace 10 minutos no estaban. De todo lo que planeas
y al final no sale y del acierto de la máxima que tú preparas y Dios dispone. Si son pequeñas cosas; lo sé.
Pero únelas todas y ponlas en una secuencia temporal seguidas, súmale tu frágil
estado anímico por la ausencia y tendrás un gran monstruo tras de ti.
Y un buen día te levantas y pese
a la previsión del tiempo que era buena, sigue lloviendo cada 37 minutos
intermitentemente. Y en ese momento estallas y quieres buscarte la ruina. Piensas
en cómo sería salir de casa y saltar en tu Jaime descapotado totalmente y hacer
que ruga el motor delante del cuartel. Salir picando rueda y corrigiendo la dirección con un cabeceo del
Jaime ante la atónita mirada de los todos. Saltarte el semáforo tonto y entrar
en la general de lado y derrapando para cruzar como una exhalación el puente y
dar un volantazo en el siguiente cruce para meterte hacia Jarandín. Acelerar en
el camino y saltar a cada bache para parar en un campo con un trompo. No un
campo cualquiera, en “El campo”. Abrir todas las exclusas de las acequias para
inundar la zona y que parezca un meandro
del rio. Dinamitar el remolque de los cojones que he vaciado,llenado,vaciado,llenado
(..) y convertirlo en un amasijo de
hierros para luego, más tranquilo, colocar otra carga en la sección de muro que
esta perfecta, inmaculada. La que parece un muro inca por su perfección armonía
y disposición. Esa misma. Por joder aunque luego ante un juicio diría que
molestaba al señor y era una ofensa para un devoto practicante.
Y volver al Jaime y acelerar
saliendo a toda ostia viendo en el retrovisor un hongo nuclear (me he pasado un
poco) y el muro inca por los aires. Pararía en la residencia y haría un
grafitti con alusiones a Bakunin y dibujaría una picha con dos cojones. Luego compraría
sal yodada (en la ferretería le tenían que llegar los sacos de sal y le dije
que no hacía falta que los encargase que no me duraría la locura una semana) y
la esparciría por el huerto. Antes me hubiese cascao 2,3,4 trompos con el coche
y entrado destrozando la puerta.
Luego iría al pádel y una a una rompería
todas las palas. A tajo parejo, en orden. Pin pan pin pan!! Y al irme pintaría al
lado de las putas rayas 2 rayas más.
Ya más tranquilo, recobrando el
aliento y mucho más satisfecho, me fumaria un pito en el campo de Sta. Bárbara
para acabar tapando el ahujero con sus piedras encofrado y todo. A la mierda
todo!! Y ahora, ya plenamente satisfecho, me volvería a casa con lo que quedase
del Jaime para aparcar no en el vado,
dentro de la carnicería. Y así, cogiendo el paraguas tranquilamente, volver
silbando a mi kely mientras sigue lloviendo y sacar a Colette a mear que se me
ha olvidado.
Y de repente abres los ojos y te
das cuenta que no ha pasado. Ha ocurrido en tu imaginación mientras el café
hervía. La mente es una máquina poderosa. Pero estas bien. Te encuentras
estupendamente y has descubierto la válvula de escape perfecta para todo. Sigue
lloviendo fuera, pones otra cafetera y cierras los ojos. Ahora piensas en “M”
con tu camisa blanca y una braguitas de la teniente Ripley por casa…..mmmmmmm.