martes, 7 de junio de 2016

4 segundos



Estamos de nuevo aquí frente a la pantalla del ordenador plasmando la ausencia. Lo digo en plural para no sentirme tan solo. No es que quiera parecerme a César o utilizar el plural mayestático en mis escritos, es la soledad. Soledad absoluta porque mi fiel Colette se ha ido también a Madrid. Y de momento estoy asustado siempre que cierro una puerta, arranco el coche, llego a un sitio o cuando me bajo de la bici. Normalmente siempre está allí; abro la puerta de casa de madre y la primera que entra empujando y apartándote a un lado es ella. Cierro la puerta de casa y se me hiela la sangre pensando dónde me he dejado a l can. Ayer con la bici lo mismo; de repente subía el pánico desde el corazón hasta la garganta en un nano segundo con la certeza de que ella se había perdido. Un segundo en el que piensas que te la has dejado en el coche y estará asfixiada, te la ha robado una banda de asesinos de perros o de traficantes de órganos o que por fin los gatos se han juntado y han decidido acabar con ella. Un segundo en el que se te hiela la sangre. Solo ese primer golpe asociado a años y años de compañía en lo que se ha convertido una rutina bien asentada.
Luego te acuerdas de que esta en Madrid y un alivio en forma de suspiro te recorre el cuerpo. El siguiente segundo es de nuevo la incredulidad de una nueva ausencia. “M” no te está esperando en casa cuando abras la puerta del apartamento con la mesa puesta llena de ricos platos y elaboradas recetas con ingredientes raros. Estas solo tú y tu alergia. Esta noche no te acostarás a su lado y podrás abrazarla mientras el suave tacto de la lencería de raso y su pelo ondulado de peluquería te animan a dormir.
El cuarto segundo es el del abatimiento. Pasas por pánico, alivio, desconcierto y al final te quedas con lo que perdura; un sentimiento de tristeza asumido que te acompañará durante todo el día. No es el momento de los planes y de los corta-fuegos, no te revelas todavía contra la condena injusta de la ausencia. A veces solo insultar y amenazar te consuela.
Estás solo. Solo en un mundo de personas que hablan otro idioma y tienen otros gustos y costumbres.

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