Estoy aquí chuflándome una
cerveza porque no hay nada que esté frío salvo el viento que ulula fuera.
Espero que acabe de hervir la cena y Colette acaba de cenar. El día llega a su
fin si consigo dormir a una hora prudente. El caso es que estaba pensando en
“La espiral del silencio” mientras paseaba con Colette (en eso y en taparme las
orejas un poco). La espiral esta es una teoría que dice que la opinión pública
es una forma de control social y establece las corrientes de pensamiento de la
mayoría, de lo que está bien y lo que no es aceptable. Esto hace que nadie
exponga un pensamiento diferente y que se acate el main stream. O sea, que el
individuo, yo mismo, acata la opinión dominante o se aísla. Resumiendo, yo
sondeo la opinión general y para no convertirme automáticamente en una minoría
acato la opinión principal. Así que…. vermouth.
Vermouth, barba, tatoos, running
y travelings (ya que los anglicismos triunfan como bio-pic, cross pic Candem
Thames mini Cooper…). Pero podría parecer esto una condena al borreguismo y una
exaltación de la masa hasta que me paro a pensar en la historia. Porque…saben?...Yo
leo mucho. (Y su tatarabuela…) En fin entonces dónde caben las revoluciones; en
algún momento cambiaria esa corriente principal (main stream) de pensamiento
para guillotinar reyes (y a todo quisqui ya de paso) fusilar zares o dejar de
reponer a Curro Jimenez.
Sigo leyendo para profundizar en
la teoría y llego al 4º párrafo de la wiki y me encuentro lo siguiente: “ La
tendencia de la espiral es a enmudecer a quienes prestan o tienen posiciones
diferentes a las mayorías, pero para en seco cuando se encuentra con el “núcleo
duro”, aquellos individuos que, aunque pocos, se reafirma en sus posiciones y
opiniones y no cesan en el empeño de que su voz sea escuchada.” O sea los “cruzaos”
de turno. El tío que fue a comprar pan con lo justo en Paris y vio que se lo habían
subido otra vez y dijo el típico “cagon su puta madre estoy hasta los cojones
de los Borbones y los ladrones de siempre que estoy hasta los huevos de currar
para que el marqués de mierda viva de cojón”. Esa afirmación la oyó un ruso
casi 2 siglos después y cambió guillotina por plomo y así hasta nuestros días.
Y aquí entro yo exclamando que me
han subido las gambas con gabardina y estoy hasta los cojones de beber bitter
seven up y vasos de agua mientras alguien me cuenta un viaje a no sé dónde o
cuantos kms se ha hecho de running. Hasta los mismísimos para seguir un ritmo
de conversación con el traslator del móvil para saber que es un biopic, un rif,
la palabra adecuada para definir a tal grupo social o a otro. Y en algún momento
alguien como yo, sentado en otra terraza exclamará el cagón su puta madre de
turno y montaremos el garrote en la plaza para tanta injusticia.
Y lo que empieza siendo justo
acaba yéndose de madre. Te empiezas cargando familia imperial y servidores
públicos, sigues con todo aquél que lleve corbata o distintivos burgueses,
luego empiezas con maestros y sigues tu revolución con todo el que tenga ojos
achinaos aunque lleve pijama negro.
Así que yo paso y digo no al
vermouth. Si a la merienda. Pero ya no quiero guillotinar a quien me encuentre
con un plato de calamares un miércoles; lo mandaré a un campo de re-adoctrinamiento
que le afeiten la barba, le borren los tattos y retiren el pasaporte.