Soy un pringao. Lo he dicho antes
y me reitero ahora. Estoy de nuevo en una ausencia. Parece mentira que todavía
tenga algo que escribir después de tantas y tantas pero al menos lo intento y
sigo levantándome temprano con mi batín, mi café humeante y sentándome frente
al fuego día a día. Día tras día quejándome de la ausencia de una alfombra en
este yermo salón de ángulos oscuros y lleno de arpas. El cielo a punto de
descargar su típica agua de ausencia que me lastra y potencia la ausencia y el
café amargo. Entradilla hecha.
Vermouth. Su versión española es
vermú y define no solo a la bebida antes conocida como Martini si no a la
acción de acompañar una bebida con una tapa ligera previa a la comida del
domingo. Normalmente era a la salida de misa mayor cuando el mundo tenía orden
y concierto.
De esta definición han pasado
muchos años. Hoy en día la evolución de esta sociedad hace obsoleta gran parte
de lo definible de nuestras conductas cotidianas. De momento hay que
deslocalizar el vermú al domingo. Cualquier día es bueno y valido. También hay
que quitar del intervalo de la definición la misa porque ahora es políticamente
incorrecto. Es importante saber que la comida puede ser sustituida por el mismo
vermú y que meramente su aparición es testimonial y si antes definía la
finalización del mismo, hoy es causal e insignificante.
Lunes. Me levanto temprano como
tengo costumbre y como no podía ser de otra manera al despertarme “M” cuando
comienza la ausencia. Hay que ser consciente de la ausencia desde el minuto 0. Abro
el balcón y saludo al cielo y a la tierra; hay que respetar sus momentos. Desde
el norte y el sur, el este y el oeste la primavera me saluda llenándome de
mocos, flemas y lágrimas en los ojos.
Desayuno antes del momento del
paseo con Colette y recojo los útiles necesarios para la jornada que acaba de
empezar. La madre tierra es cruel y el trabajo es duro pero gratificante. Al
acabar la mañana me siento bien al contemplar la imagen del huerto revuelto y
sin malas hierbas. Hace calor y me pica la nariz y los ojos pero formo parte
del todo y estoy en armonía con el mismo.
Salgo a comprar y con la tierra y
el sudor tatuando mi piel me saluda el
primer vermú. Me disculpo pronto y voy a recoger herramientas y preparar la
siguiente jornada antes de comer un plato de verduras y un poco de pescado.
Bebo agua y cultivo la mesura. No me abandono a mis sensaciones y deseos para
caer en una auto-complaciente pereza. Es el momento de mi café; una de mis
grandes debilidades. Mi café se junta con su vermú. Las cañas corren mientras
repasan momentos del partido que consideran especiales o marcaron una
diferencia. Es una reunión distendida con muchos participantes y cada uno con
su tema. Conversación general y varias perimetrales que me obligan a saltar de
un lado a otro.
De repente alguien se levantaba y
volvía con más cañas y vinos. Un café más tarde y 2 vasos de agua después la
reunión se iba deshilachando perdiendo participantes hasta que uno mismo se
despide y encamina sus pasos hacia la siesta perdida y su partido de tenis. Son
las 16:30, el sol triunfa sobre la tierra y yo recogeré la raqueta con mi
cansado cuerpo para después acabar de sembrar y retirarme con el sol para ver
si puedo dormir en la ausencia. Necesito cansarme, agotarme. Para cuando me
retire y aparte de cansado tenga frio, una llamada a mi paso por el Forato me
hará conocer la evolución del vermú antes de cenar. Pero eso es otra historia.
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