martes, 25 de abril de 2017

Vermouth



Soy un pringao. Lo he dicho antes y me reitero ahora. Estoy de nuevo en una ausencia. Parece mentira que todavía tenga algo que escribir después de tantas y tantas pero al menos lo intento y sigo levantándome temprano con mi batín, mi café humeante y sentándome frente al fuego día a día. Día tras día quejándome de la ausencia de una alfombra en este yermo salón de ángulos oscuros y lleno de arpas. El cielo a punto de descargar su típica agua de ausencia que me lastra y potencia la ausencia y el café amargo. Entradilla hecha.
Vermouth. Su versión española es vermú y define no solo a la bebida antes conocida como Martini si no a la acción de acompañar una bebida con una tapa ligera previa a la comida del domingo. Normalmente era a la salida de misa mayor cuando el mundo tenía orden y concierto.
De esta definición han pasado muchos años. Hoy en día la evolución de esta sociedad hace obsoleta gran parte de lo definible de nuestras conductas cotidianas. De momento hay que deslocalizar el vermú al domingo. Cualquier día es bueno y valido. También hay que quitar del intervalo de la definición la misa porque ahora es políticamente incorrecto. Es importante saber que la comida puede ser sustituida por el mismo vermú y que meramente su aparición es testimonial y si antes definía la finalización del mismo, hoy es causal e insignificante.
Lunes. Me levanto temprano como tengo costumbre y como no podía ser de otra manera al despertarme “M” cuando comienza la ausencia. Hay que ser consciente de la ausencia desde el minuto 0. Abro el balcón y saludo al cielo y a la tierra; hay que respetar sus momentos. Desde el norte y el sur, el este y el oeste la primavera me saluda llenándome de mocos, flemas y lágrimas en los ojos.
Desayuno antes del momento del paseo con Colette y recojo los útiles necesarios para la jornada que acaba de empezar. La madre tierra es cruel y el trabajo es duro pero gratificante. Al acabar la mañana me siento bien al contemplar la imagen del huerto revuelto y sin malas hierbas. Hace calor y me pica la nariz y los ojos pero formo parte del todo y estoy en armonía con el mismo.
Salgo a comprar y con la tierra y el sudor tatuando mi piel  me saluda el primer vermú. Me disculpo pronto y voy a recoger herramientas y preparar la siguiente jornada antes de comer un plato de verduras y un poco de pescado. Bebo agua y cultivo la mesura. No me abandono a mis sensaciones y deseos para caer en una auto-complaciente pereza. Es el momento de mi café; una de mis grandes debilidades. Mi café se junta con su vermú. Las cañas corren mientras repasan momentos del partido que consideran especiales o marcaron una diferencia. Es una reunión distendida con muchos participantes y cada uno con su tema. Conversación general y varias perimetrales que me obligan a saltar de un lado a otro.
De repente alguien se levantaba y volvía con más cañas y vinos. Un café más tarde y 2 vasos de agua después la reunión se iba deshilachando perdiendo participantes hasta que uno mismo se despide y encamina sus pasos hacia la siesta perdida y su partido de tenis. Son las 16:30, el sol triunfa sobre la tierra y yo recogeré la raqueta con mi cansado cuerpo para después acabar de sembrar y retirarme con el sol para ver si puedo dormir en la ausencia. Necesito cansarme, agotarme. Para cuando me retire y aparte de cansado tenga frio, una llamada a mi paso por el Forato me hará conocer la evolución del vermú antes de cenar. Pero eso es otra historia.

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