Ausencias ausencias y más
ausencias. El mundo laboral de María Elena me plaga la agenda de ausencias. No
solo a mí; a Colette le pasa lo mismo. Aunque claro, ella no es consciente en
su condición de animal de ciertas cosas. No tacha en el calendario los días que
faltan para que vuelva o desconoce que al regresar a casa estará vacía, oscura
y silenciosa. Ella mueve el rabo cuando llegamos porque cree que estará “M”,
cada vez que pasamos por su coche porque cree que esta “M”, cuando pasamos por
casa de la hiena porque cree (...) En fin que se pasa el día moviendo el rabo y
cuando se cerciora de que no ha vuelto se tumba en la cama (mueve el rabo
porque tiene más espacio) y la cabrona se duerme como una bendita.
Yo soy quien tiene consciencia de
que no estará y de que no dormiré. Yo soy quien tiene que elaborar planes de
actuación y listas de trabajos y cosas en general para combatir la ausencia en
particular. Yo soy quien añora los días de ausencia en que la mierda y la
basura en casa crecían exponencialmente mientras vivía en un despreocupado limbo misántropo.
Añoro las pilas de latas en mesas ordenadas en triángulos equiláteros y de
vajilla en el fregadero desafiando las leyes de la gravedad. Altas torres que
utilizaba como calendarios según números de elementos y de memoria de menús
según restos a diferente nivel. Bendito estercolero que simbolizaba mi rebeldía
e independencia cuando era inmortal y despreocupado.
Hoy mi casa esta desinfectada y
ordenada, aireada y perfumada y las tareas domésticas son parte de la rutina
diaria que me impongo para luchar contra la ausencia. Recuerdo la ausencia en
la que me enganché a un juego de estrategia durante 5 días. Conquisté toda
Mesopotamia y pase la edad de piedra, del cobre y con el hierro acabé con
todos. Dominé el mar, las cumbres y las vidas de seres y animales de
continentes enteros mientras esquilmaba la nevera, vaciaba armarios y los
montones de basura, ropa y deshechos varios amenazaron seriamente mi salud y la
de todo el bloque. Aquella vez vinieron entomólogos de varias universidades a
visitarme y estudiar el microsistema que había creado. Eran un tiempo de
abundancia y de despreocupación. Cuando me reponía, saltaba alegremente al
coche y lo llenaba de nuevas viandas. Llenaba un contenedor con lo acumulado
durante varios días, tiraba ropa y ponía lavadoras hasta volver a tener mudas
diarias. Hoy he de planificar todo. Nada se deja a la improvisación o como fruto de la pereza. La cueva en la que
se convertía mi hogar y la urgencia con la que hacía todo se ha diluido como un
baremo de mi edad y ansiedad.
Son las 15.33. He limpiado. He
trabajado. He comido. He escrito una crónica. Seguiré con mi lista para hoy en
el día 3º de ausencia.
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