Perraca. Traidora. Intrigante.
Distante. Detestable. Distante. Distante. Comienzo de escritura automática ante
la ausencia de la musa y de “M”. Realmente no sé por qué me sale esa secuencia.
Bueno tengo una ligera idea…
Lo cierto es que he arruinado el
plan que me marqué. Y es que tengo que asumir que ya no soy ese joven monitor
de pelo alborotado incansable en la noche. Cómo dije todo ha cambiado bastante.
La música es …antes no era muy buena allí…pero ahora…Hace años bebía y …Pero
ahora ceno pronto, leo un poco…La vejez te aburguesa joder!!Te creas unos
hábitos, sosegados y tranquilos, y al cabo de un tiempo (unos meses…bueno años)
esos mismos hábitos te convierten en un esclavo. Esa rutina, te ancla esos
minutos precisos en los que has de salir. Son 20 minutos solamente, pero son
los 20 minutos de la gloria. Unos pocos minutos que definen a un triunfador y
que condenan al rutinario al sofá y literatura, guerra galaxias u otra movida
hogareña de vejestorio. En ese pequeño intervalo de tiempo se sucede la pregunta
de “voy?” (con la pereza que me da) anterior al voy con simbolitos de
exclamación (¡!!!) volando por el pasillo hacia el armario para elegir una
camisa de cuadros (esta no que huele) y recoger el condón que te acompañaba
desde los 16 (y conoce todas las fiestas y eventos de tus últimos 10 años).
Pero ahora, a la pregunta de voy tu cuerpo te pide un té para pensar con
claridad. Te sientas y mientras esperas la tetera haces un solitario. Reconoces
con el sosiego que te han dado los años que tienes mucha pereza, que tus
articulaciones necesitarán mucho alcohol para aguantar la noche. Comienzas a
evaluar pros y contras. Conseguirías la foto seguro pero tendrías que aguantar
muchas tonterías que antes hacías pero porque querías follar. Luego piensas en
enfermedades que antes no hacías; mononucleosis, truñismo agudo, parásitos…. Saboreas
el té mientras analizas el coste que supone en euros, tiempo de tránsito, horas
de sueño, cansancio acumulado de actividades anteriores, posibilidad de
fracaso…Y sobre todo no hay motivación sexual.
Hace años no pensabas en las
consecuencias. Te lanzabas y lo dabas todo sin mirar atrás. No había miedo al
fracaso porque era una cuestión de motivación y espera, de observación y de
técnica. Podías fallar y hacerlo en el
último minuto con la última piba (y más borracha) en la última acera del último
bar pero lo habías dado todo y sin reservas. Camisa de cuadros y el amuleto que
te acompañó desde tus primeros pasos en la noche (ya ajado y seguro que con su
lubricante seco hace años por no mencionar que repleto de ahujeros de decenas
de bolsillos) era lo único que necesitabas. Ahora la posibilidad de una
legendaria noche se ve equiparada a un guiñote en el bar de al lado de casa de
tu madre.
Cuando llegas a minuto 22, tu
tiempo ha pasado. Tus funciones vitales se han bajado al mínimo y tu
respiración se ha pausado. Tienes las pulsaciones a 72, rondando la frecuencia
basal y tus ojos pesan. Miras a tus pies y llevas unas zapatillas de cuadros,
en tus manos un libro y un té caliente humeando mientras de repente el fuego se
enciende frente a ti y tu perro se acurruca en tus pies. Estas jodido. Piensas
en “M” y aun así sabes que la ausencia es una condena ineludible.